martes, 14 de agosto de 2007

Y así nació una traductora

Desde que comenzamos a tener conciencia y a, con los años, tratar de proyectarnos en el tiempo, nos hacemos una idea de cómo seremos cuando seamos grandes, qué estudiaremos, y qué obtendremos con el fruto de nuestras decisiones.

Cuando salí del colegio, no tenía muy claro lo que estudiaría, debo confesar que lo decidí en la fila, antes de entregar la tarjeta con las carreras a las que postulaba. Mis prioridades se ordenaron de la siguiente manera:

- Traducción Inglés- Español- Inglés (Universidad Arturo Prat- Iquique)
-
Derecho (Universidad de Tarapacá- Arica)
-
Pedagogía en Inglés (Universidad de Tarapacá- Arica)

El orden se debió al siguiente motivo. Calculé mi paupérrimo puntaje P.A y llegué a la conclusión de que en la primera carrera que elegí, de acuerdo con mis capacidades, y por la falta de un ramo matemático en la malla curricular, quedaría en forma segura.

La segunda opción la tomé presionada por mi tío, que trató de orientarme y convencerme, que esta carrera, sería una buena decisión. El mismo ejercicio de cálculos realicé, y obviamente, mi puntaje dejaba mucho que desear, pero para complacer a mi tío, la puse en segundo lugar.

En la última carrera, también consideré mi puntaje, y por supuesto, mi pasión por el idioma, pero la razón por la que se quedó en la última posición fue por la falta de paciencia hacia personitas que no sabrían diferenciar entre door y dog, o tal vez, por tratar de evitar el hecho de que para ellos, pasaría a ser, a mi corta edad, una vieja.

Y así, sin más, después de haber sido dejada a la deriva por mi padre al haber decidido estudiar lejos de mi ciudad, y tras largos sermones de pesimismo, de que no había dinero suficiente y que estaba a un poco más de trescientos kilómetros de donde residía, con mis casi brillantes calificaciones, y mi esforzada vida de estudios en los primeros años, ya que después decidí divertirme antes de terminar mi carrera, me convertí en lo que ahora soy, una flamante traductora titulada a los 22 años y cesante a los 23. Y a pesar de mis frustraciones de no conseguir un trabajo relacionado con lo que estudié y además, con una paga digna, aún no me arrepiento ni un segundo de haber estudiado esta carrera, ya que conocí a personas muy valiosas y aprendí lo que es no tener a nadie con quién conversar y tener a tu familia lejos. Eso, aunque sean escépticos, se aprecia de sobremanera.

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